viernes, 31 de agosto de 2007
DECONSTRUYENDO A MARTHA HIGAREDA (SEGUNDA PARTE)
Por Andrés Tapia (II y última parte)
Martha nació en la ciudad de Villahermosa, la capital del estado de Tabasco, y ahí vivió su infancia y parte de su adolescencia. Está orgullosa de eso. Tanto, que asegura que el sitio al que regresaría eternamente sería a una casa pequeña de Villahermosa que se ubica justo a un costado de una laguna llamada “La laguna de las ilusiones”.
“Ahí crecí. Esa casa todavía existe, ya no nos pertenece, pero cada vez que puedo la visito. Siempre trato de volver a mis raíces.”
Al mencionar Tabasco, Martha se entusiasma.
“Tabasco está siendo muy importante para el país. Y lo ha sido desde siempre, toda la historia. Ahí estaban los olmecas y en esa zona del sureste también se establecieron los mayas. Hay un gran poeta mexicano que nació ahí, Carlos Pellicer.”
Le hago notar que ahí también nacieron dos ex candidatos a la presidencia de México. Y ninguno de ellos ganó.
“Todas estas personas que contendieron por la presidencia son personas inteligentes, pienso que lo son porque por algo estuvieron ahí. Ganó Felipe Calderón y me gustó muchísimo que mandó felicitar a Guillermo del Toro, por los Goya. Esas cosas son importantes que las haga un presidente: no sólo que festeje el Mundial sino que también festeje cosas que tienen que ver con la cultura.”
Sin embargo, Martha no le extiende un cheque en blanco al actual presidente de México. “No estoy satisfecha de que hayan disminuido el presupuesto de la cultura, eso sí puedo decirlo y además me corresponde: no, no estoy satisfecha, no pienso que esté bien. Porque (la cultura) es una inversión para tu país, para hacerlo crecer, para tus niños, para tus nietos… Habrá que esperar. Cualquier persona que entre a la presidencia tiene seis años para hacer muchas cosas…”
Seis años. Prácticamente el mismo tiempo que tiene Martha de haber iniciado su carrera de manera profesional. Tenía 17 entonces y Manuel Teil, director de elenco de Amores perros, la descubrió actuando en una obra de teatro amateur. Le ofreció un casting y ella lo hizo tan bien que fue seleccionada. En algún momento, el director de la cinta se le acercó para decirle que el personaje que interpretaría tendría una aparición fugaz, no más de cuatro o cinco minutos, pero que en ese lapso estaban contempladas algunas escenas de sexo.
Martha argumentó que en su vida personal no había tenido una experiencia tal, amén de que era una chica provinciana y todavía menor de edad. El cineasta le dijo ‘piénsalo’ y quiso saber qué estaba haciendo de su vida. Como Martha le dijese que estudiaba Ciencias de la Comunicación en el Tec y que cursaba materias tales como Cultura de Calidad y Análisis de la Información, el director guardó silencio. Y luego arremetió: “Me vale madres mi película, la verdad es que tu papel es un papel en el que vas a salir cuatro o cinco minutos al principio. Si tú te la avientas es muy probable que un día me encuentres por ahí y estés muy enojada conmigo porque te arruiné la adolescencia y me agarres a cachetadas. Lo que sí te puedo decir es que si en dos años sigues estudiando Cultura de Calidad y Análisis de la Información, yo soy el que va a darte de cachetadas a ti. Porque tú tienes que ser actriz y te tienes que poner las pilas y seguir actuando.”
“En ese momento yo no sabía bien a bien quién era él”, confiesa Martha. “Cuando me preguntó si sabía quiénes eran Robert de Niro y Gwyneth Paltrow y me dijo que los había dirigido en su anterior película, me di cuenta que estaba delante de Alfonso Cuarón.”
Aquel papel nunca se concretó. Sin embargo, un año más tarde Martha estaba filmando Amar te duele, de Fernando Sariñana, una cinta en la que, paradójica o irónicamente, realizó su primer desnudo.
* * *
Tomados de la mano, Martha Higareda y Gustavo Moheno recorrieron la mañana del 23 de diciembre de 2006 los casi 500 metros que mediaban entre el trailer-camerino y el set de filmación. Todo estaba listo. El staff tomó posiciones, el claquetista anunció la toma final y Moheno gritó: “¡Acción!”
“Cuando empezó a correr la cámara, ella despertó y volvió a ser la Martha de siempre”, relata Moheno. “Siempre había una sorpresa increíble con ella, una sorpresa de humanidad. Y es que antes que una actriz y una mujer muy guapa y una chica que es un bombón, Martha Higareda es un ser humano lleno de luz.”
Debe serlo. Entre los placeres simples de los que más disfruta se cuentan masticar cubos de hielo, nadar, caminar descalza y dormir, si bien reconoce que todo lo que ocurre en el día es apenas un ensayo, pues lo que verdaderamente vale la pena siempre tiene lugar de noche: “Soy noctámbula. Mi vida como creativa ocurre por la noche…”
Mi retraso de media de hora se traduce en un retraso de Martha. Tendría que estar a las 15:00 horas con un estilista de Garnier para que le aplique el tinte del cual ella es imagen. Difícilmente llegará a tiempo. Pero no luce muy preocupada. Sabe que, como sea, esa noche estará presente en la premiere de la película Kilómetro 31. Y, sin duda, lucirá radiante.
Tanto o más de lo que Gustavo Moheno pudo describirla.
“Una ocasión, el continuista le tomó una de estas fotos Polaroid de continuidad y en una de ellas apareció una mancha luminosa muy extraña a su lado. Y, bueno, lo pasas, pero luego caímos en la cuenta de que fueron dos fotografías en las que aparecía con la misma mancha. Por supuesto: todos dijeron que era algo sobrenatural; yo no. Lo que yo dije fue que era el haz de luz que la envuelve. Porque Martha es una chica inteligente y alivianada. O, si lo prefieres en una sola palabra, luminosa.”
jueves, 30 de agosto de 2007
DECONSTRUYENDO A MARTHA HIGAREDA (PRIMERA PARTE)
Nuestro amigo Andrés Tapia, editor de la revista GQ, cuentista premiado, guionista en ciernes y próximo autor de una notable novela ubicada durante la Segunda Guerra Mundial (su verdadera pasión), escribió el pasado mes de abril uno de los mejores reportajes que se la han hecho a Martha Higareda en este país. Júzguenlo ustedes rindiéndose ante la calidad del siguiente texto.
Deconstruyendo a Martha Higareda
Por Andrés Tapia (I de II partes)
El reloj marcaba unos minutos después de las 9:00 horas. Era la mañana del 23 de diciembre de 2006 y la mayoría de los miembros del staff de la película Hasta el viento tiene miedo lucía ojeroso y fatigado. No era para menos. Luego de cinco semanas de rodaje intenso habían recibido el último llamado –un llamado de 24 horas– y en ese momento se cumplían 23. Faltaban dos tomas, las finales, que requerían sólo de la presencia de Martha Higareda, la protagonista principal.
Para ese entonces, las demás actrices (Danny Perea, Mónica Dionne, Mafer Malo, Elizabeth Valdez, Magali Boysselle, Cecilia Constantino, Valeria Ciangherotti, Cassandra Ciangherotti y Verónica Lánger) ya se habían marchado. Sin embargo, Martha no aparecía. El segundo asistente de dirección se acercó a Gustavo Moheno, director de la cinta, y llanamente le dijo: “Tienes que ir por Martha al trailer y traerla”.
Moheno se sorprendió. Durante toda la filmación no había tenido un solo problema con ninguna de las actrices. “Y con quien menos hubiera esperado tener un problema era con ella”, cuenta el cineasta. Lo que parecía un capricho estaba sustentado. La noche anterior Martha y las demás actrices habían filmado una serie de secuencias en las que corrían empapadas por el Bosque de Tlalpan, sin contar que lo habían hecho a una temperatura apenas superior a los cinco grados centígrados.
Además del escenario natural, en un claro del bosque se construyó una torre en la que tendría lugar la escena final de la película. Apesadumbrado, Moheno recorrió los aproximadamente 500 metros que mediaban entre ese sitio y el trailer-camerino donde se hallaba Higareda. Mientras lo hacía, recordó una anécdota ocurrida a Paul Schrader, el guionista de Taxi Driver, cuando en ocasión de la accidentada filmación de Hardcore, dirigió a George C. Scott. Al igual que a Moheno, a Schrader también se le había presentado el asistente de dirección para comunicarle que Scott no quería presentarse en el set de filmación y que solamente hablaría con él. Cuando se apersonó delante de Scott, éste le dijo que la película era una mierda y que no filmaría más. Schrader concedió que la película era mala, si bien le pidió que le ayudase a terminarla. “Con una condición”, respondió el actor, “que me prometas que nunca más vas a volver a filmar una película”. Schrader así lo hizo (aunque, claro, tiempo después faltaría a su promesa) y Scott accedió a continuar en el rodaje.
“Yo me esperaba un momento así”, cuenta Moheno. “Cuando llegué al trailer la encontré con la maquillista y la miré a través del espejo del camerino; lucía un poco extraña. Sintiéndome miserable, le dije: ‘Sólo son dos tomas y con esto terminamos’. Ella se puso en pie y, mientras yo esperaba la perorata, me dio un abrazo increíble. Me dijo: ‘Sí, sí, vamos ya, es sólo que estoy muy cansada’. En ese momento me di cuenta que ella era la única actriz que llevaba 24 horas en el set.”
* * *
Martha también me abraza. Y lo hace a pesar de que la hice esperar media hora en una cafetería de la Colonia Condesa. Tiene frente a sí una ensalada César e interrumpe la llamada que en esos momentos realiza para ponerse de pie, saludarme y pedirme que la espere un minuto. Tarda menos que eso y en sonreír mucho menos.
Luce delgada, demasiado, sus otrora 50 kilos disminuyeron a casi 40 para personificar a Claudia, el personaje principal del remake que de la cinta de Carlos Enrique Taboada filmó Moheno recientemente. Tan orgullosa estaba de haber reducido su peso, que durante los días de filmación solía pavonearse de ello mostrando el marcado de su columna vertebral a sus amigos: sin exagerar, la piel que cubría sus huesos parecía papel celofán.
“Yo soy muy de las entrañas”, me dice poco antes de que una mujer que vende collares y pulseras de cuentas nos interrumpa. Ofrece su mercancía y parece no dar acuse de recibo a nuestras negativas: sin duda, su necesidad es mucho más importante que fragmentar una entrevista, pero incluso para ganarse el pan hay que practicar la prudencia. Martha la rechaza con elegancia sutil y la mujer, al fin, se marcha. “Mientras estoy actuando lo tengo que percibir verdaderamente en el estómago para sentirme satisfecha de que estoy haciéndolo bien. Y si por algún motivo me doy cuenta que estoy pensando antes de actuar, entonces debo detenerme y volver a empezar”.
Entrañas. De eso hay mucho en Niñas mal, la película de Fernando Sariñana que se exhibe estos días y en los que Martha es Adela, una chica a la que la palabra rebelde le queda corta, colecciona tatuajes, le van los body-piercings y exhibe un comportamiento que raya en lo profano y que bien puede comprometer la carrera política de su padre (Rafael Sánchez Navarro). Aun cuando discurre en tono de comedia, la cinta muestra a una Martha despojada de todo el candor que irradia en la cotidianidad y liderando una suerte de neo-revolución femenina en la que la consigna parece ser: “No lo aceptaremos… y hagan como quieran”.
Se diría que es camaleónica. Y a ella le gusta la palabra. Dice admirar eso en Judy Dench y Cate Blanchett: la capacidad de confundirse con el entorno que las rodea. Es sólo que en ocasiones ella suele hacerlo con tal fervor que se olvida de sí misma. “Sí, me llevo el personaje a casa. Cuando estaba filmando Niñas mal mis amigos me decían: ‘Oye, es que hablas diferente’. Y sí, caminaba diferente, hablaba distinto…”
Tal metamorfosis también tuvo lugar en Hasta el viento tiene miedo. Cuando Martha esperaba su llamado a escena –vestida con uniforme escolar compuesto por suéter negro, falda verde y calcetas blancas, lánguida al extremo de un cadáver y absorta en quién-sabe-qué cavilaciones–, en realidad parecía una adolescente de secundaria recién abandonada por su novio. Alguien tan frágil que incluso podría tentar a un fantasma para poseerla.
“Siempre está metida en su trabajo de actriz, es como si siempre tuviera un paraguas consigo”, dice Mario P. Székely, uno de los guionistas de la película. “Y sí, hay momentos en que puede parecer ingenua, pero la realidad es que se concentra demasiado en su trabajo”.
Martha se define como una persona cuidadosa, pero le gusta tomar riesgos. “Hice Niñas mal y es una película muy comercial, okey. Si vas a hacer cine comercial, hazlo bien. Y si lo vas a hacer bien, venga, ¿con quién lo vas a hacer? Con Columbia, con Sariñana… órale. Hice una película de miedo, ¿con quién? Gustavo Moheno. Es su primer largometraje, sí, pero es un chavo bien talentoso que tenía toda la película en la cabeza… tú no sabes de dónde salió Guillermo del Toro… Entonces se trata mucho de tu instinto y de creer que estás marcando una diferencia.”
Un chico que ha estado observando en una mesa contigua se pone de pie y pregunta a Martha si puede tomarse una foto con ella. Sin evidenciar molestia alguna, asiente. Él la abraza, Martha hace lo mismo y un celular Nokia registra una imagen que ese chico seguro mostrará un millón de veces.
“¿Te ocurre muy seguido esto?”
“Sí, a veces”, responde divertida mientras nuestro mesero se apersona y pregunta si todo va bien.
“Pero te molestará un poco… ¿o no?
“No en realidad. Aquí, en la Condesa, te encuentras de todo. Uno que es escritor otro pintor y así, no pasa nada. Pero hay ocasiones en que, en otros sitios, la gente me reconoce, se amontona y mis amigos o la gente que me acompaña me tienen que sacar de ahí. En esos momentos, no lo niego, sí me da un poco de miedo.”
Danaé Vázquez, su publicista y amiga desde hace algún tiempo, lo tiene muy claro. “No importa la hora o el día, Martha siempre tiene un buen trato con cualquier persona. La he visto sin dormir, la he visto cansada, pero nunca la he visto de mal humor. Ella tiene esa capacidad de saber tratar a la gente.”
La vendedora de collares y pulseras regresa y vuelve a ofrecernos su mercancía. Martha le explica que somos las mismas personas de hace un rato, que no nos hemos movido. La mujer parece no darse cuenta de ello.
“Es que yo no uso esas cosas, ¿sabe?”, argumenta Martha exhibiendo sus brazos desnudos y su garganta vacía. La vendedora insiste.
“Está bien, deme éste”.
Martha saca un billete de 100 pesos, coge la pieza y dice gracias.
“Aguarde”, replica la vendedora, “déjeme darle su cambio”.
La mujer le devuelve 30 pesos y, antes de marcharse sonriendo, augura: “Que Dios los bendiga”.
Sin evidenciar fastidio, Martha vuelve a su ensalada y a la entrevista. Le digo que parece tener los pies bien sujetos a la Tierra. “En este negocio no eres Dios, simplemente haces un trabajo que te gusta. Y si lo haces muy bien, qué padre, la cosa es que aquí estás expuesta y te ponen en un panorámico gigante. Pero a final de cuentas todos nos vamos a dormir a la cama en pijama.”
Todos. Incluso la vendedora de bisutería que la noche de ese día, acaso en medio de una merienda compuesta por café y bizcochos, contó a su familia o a sus gatos el haber vendido una pulsera de cuentas a Martha Higareda.
(CONTINUARÁ MAÑANA)
Deconstruyendo a Martha Higareda
Por Andrés Tapia (I de II partes)
El reloj marcaba unos minutos después de las 9:00 horas. Era la mañana del 23 de diciembre de 2006 y la mayoría de los miembros del staff de la película Hasta el viento tiene miedo lucía ojeroso y fatigado. No era para menos. Luego de cinco semanas de rodaje intenso habían recibido el último llamado –un llamado de 24 horas– y en ese momento se cumplían 23. Faltaban dos tomas, las finales, que requerían sólo de la presencia de Martha Higareda, la protagonista principal.
Para ese entonces, las demás actrices (Danny Perea, Mónica Dionne, Mafer Malo, Elizabeth Valdez, Magali Boysselle, Cecilia Constantino, Valeria Ciangherotti, Cassandra Ciangherotti y Verónica Lánger) ya se habían marchado. Sin embargo, Martha no aparecía. El segundo asistente de dirección se acercó a Gustavo Moheno, director de la cinta, y llanamente le dijo: “Tienes que ir por Martha al trailer y traerla”.
Moheno se sorprendió. Durante toda la filmación no había tenido un solo problema con ninguna de las actrices. “Y con quien menos hubiera esperado tener un problema era con ella”, cuenta el cineasta. Lo que parecía un capricho estaba sustentado. La noche anterior Martha y las demás actrices habían filmado una serie de secuencias en las que corrían empapadas por el Bosque de Tlalpan, sin contar que lo habían hecho a una temperatura apenas superior a los cinco grados centígrados.
Además del escenario natural, en un claro del bosque se construyó una torre en la que tendría lugar la escena final de la película. Apesadumbrado, Moheno recorrió los aproximadamente 500 metros que mediaban entre ese sitio y el trailer-camerino donde se hallaba Higareda. Mientras lo hacía, recordó una anécdota ocurrida a Paul Schrader, el guionista de Taxi Driver, cuando en ocasión de la accidentada filmación de Hardcore, dirigió a George C. Scott. Al igual que a Moheno, a Schrader también se le había presentado el asistente de dirección para comunicarle que Scott no quería presentarse en el set de filmación y que solamente hablaría con él. Cuando se apersonó delante de Scott, éste le dijo que la película era una mierda y que no filmaría más. Schrader concedió que la película era mala, si bien le pidió que le ayudase a terminarla. “Con una condición”, respondió el actor, “que me prometas que nunca más vas a volver a filmar una película”. Schrader así lo hizo (aunque, claro, tiempo después faltaría a su promesa) y Scott accedió a continuar en el rodaje.
“Yo me esperaba un momento así”, cuenta Moheno. “Cuando llegué al trailer la encontré con la maquillista y la miré a través del espejo del camerino; lucía un poco extraña. Sintiéndome miserable, le dije: ‘Sólo son dos tomas y con esto terminamos’. Ella se puso en pie y, mientras yo esperaba la perorata, me dio un abrazo increíble. Me dijo: ‘Sí, sí, vamos ya, es sólo que estoy muy cansada’. En ese momento me di cuenta que ella era la única actriz que llevaba 24 horas en el set.”
* * *
Martha también me abraza. Y lo hace a pesar de que la hice esperar media hora en una cafetería de la Colonia Condesa. Tiene frente a sí una ensalada César e interrumpe la llamada que en esos momentos realiza para ponerse de pie, saludarme y pedirme que la espere un minuto. Tarda menos que eso y en sonreír mucho menos.
Luce delgada, demasiado, sus otrora 50 kilos disminuyeron a casi 40 para personificar a Claudia, el personaje principal del remake que de la cinta de Carlos Enrique Taboada filmó Moheno recientemente. Tan orgullosa estaba de haber reducido su peso, que durante los días de filmación solía pavonearse de ello mostrando el marcado de su columna vertebral a sus amigos: sin exagerar, la piel que cubría sus huesos parecía papel celofán.
“Yo soy muy de las entrañas”, me dice poco antes de que una mujer que vende collares y pulseras de cuentas nos interrumpa. Ofrece su mercancía y parece no dar acuse de recibo a nuestras negativas: sin duda, su necesidad es mucho más importante que fragmentar una entrevista, pero incluso para ganarse el pan hay que practicar la prudencia. Martha la rechaza con elegancia sutil y la mujer, al fin, se marcha. “Mientras estoy actuando lo tengo que percibir verdaderamente en el estómago para sentirme satisfecha de que estoy haciéndolo bien. Y si por algún motivo me doy cuenta que estoy pensando antes de actuar, entonces debo detenerme y volver a empezar”.
Entrañas. De eso hay mucho en Niñas mal, la película de Fernando Sariñana que se exhibe estos días y en los que Martha es Adela, una chica a la que la palabra rebelde le queda corta, colecciona tatuajes, le van los body-piercings y exhibe un comportamiento que raya en lo profano y que bien puede comprometer la carrera política de su padre (Rafael Sánchez Navarro). Aun cuando discurre en tono de comedia, la cinta muestra a una Martha despojada de todo el candor que irradia en la cotidianidad y liderando una suerte de neo-revolución femenina en la que la consigna parece ser: “No lo aceptaremos… y hagan como quieran”.
Se diría que es camaleónica. Y a ella le gusta la palabra. Dice admirar eso en Judy Dench y Cate Blanchett: la capacidad de confundirse con el entorno que las rodea. Es sólo que en ocasiones ella suele hacerlo con tal fervor que se olvida de sí misma. “Sí, me llevo el personaje a casa. Cuando estaba filmando Niñas mal mis amigos me decían: ‘Oye, es que hablas diferente’. Y sí, caminaba diferente, hablaba distinto…”
Tal metamorfosis también tuvo lugar en Hasta el viento tiene miedo. Cuando Martha esperaba su llamado a escena –vestida con uniforme escolar compuesto por suéter negro, falda verde y calcetas blancas, lánguida al extremo de un cadáver y absorta en quién-sabe-qué cavilaciones–, en realidad parecía una adolescente de secundaria recién abandonada por su novio. Alguien tan frágil que incluso podría tentar a un fantasma para poseerla.
“Siempre está metida en su trabajo de actriz, es como si siempre tuviera un paraguas consigo”, dice Mario P. Székely, uno de los guionistas de la película. “Y sí, hay momentos en que puede parecer ingenua, pero la realidad es que se concentra demasiado en su trabajo”.
Martha se define como una persona cuidadosa, pero le gusta tomar riesgos. “Hice Niñas mal y es una película muy comercial, okey. Si vas a hacer cine comercial, hazlo bien. Y si lo vas a hacer bien, venga, ¿con quién lo vas a hacer? Con Columbia, con Sariñana… órale. Hice una película de miedo, ¿con quién? Gustavo Moheno. Es su primer largometraje, sí, pero es un chavo bien talentoso que tenía toda la película en la cabeza… tú no sabes de dónde salió Guillermo del Toro… Entonces se trata mucho de tu instinto y de creer que estás marcando una diferencia.”
Un chico que ha estado observando en una mesa contigua se pone de pie y pregunta a Martha si puede tomarse una foto con ella. Sin evidenciar molestia alguna, asiente. Él la abraza, Martha hace lo mismo y un celular Nokia registra una imagen que ese chico seguro mostrará un millón de veces.
“¿Te ocurre muy seguido esto?”
“Sí, a veces”, responde divertida mientras nuestro mesero se apersona y pregunta si todo va bien.
“Pero te molestará un poco… ¿o no?
“No en realidad. Aquí, en la Condesa, te encuentras de todo. Uno que es escritor otro pintor y así, no pasa nada. Pero hay ocasiones en que, en otros sitios, la gente me reconoce, se amontona y mis amigos o la gente que me acompaña me tienen que sacar de ahí. En esos momentos, no lo niego, sí me da un poco de miedo.”
Danaé Vázquez, su publicista y amiga desde hace algún tiempo, lo tiene muy claro. “No importa la hora o el día, Martha siempre tiene un buen trato con cualquier persona. La he visto sin dormir, la he visto cansada, pero nunca la he visto de mal humor. Ella tiene esa capacidad de saber tratar a la gente.”
La vendedora de collares y pulseras regresa y vuelve a ofrecernos su mercancía. Martha le explica que somos las mismas personas de hace un rato, que no nos hemos movido. La mujer parece no darse cuenta de ello.
“Es que yo no uso esas cosas, ¿sabe?”, argumenta Martha exhibiendo sus brazos desnudos y su garganta vacía. La vendedora insiste.
“Está bien, deme éste”.
Martha saca un billete de 100 pesos, coge la pieza y dice gracias.
“Aguarde”, replica la vendedora, “déjeme darle su cambio”.
La mujer le devuelve 30 pesos y, antes de marcharse sonriendo, augura: “Que Dios los bendiga”.
Sin evidenciar fastidio, Martha vuelve a su ensalada y a la entrevista. Le digo que parece tener los pies bien sujetos a la Tierra. “En este negocio no eres Dios, simplemente haces un trabajo que te gusta. Y si lo haces muy bien, qué padre, la cosa es que aquí estás expuesta y te ponen en un panorámico gigante. Pero a final de cuentas todos nos vamos a dormir a la cama en pijama.”
Todos. Incluso la vendedora de bisutería que la noche de ese día, acaso en medio de una merienda compuesta por café y bizcochos, contó a su familia o a sus gatos el haber vendido una pulsera de cuentas a Martha Higareda.
(CONTINUARÁ MAÑANA)
miércoles, 29 de agosto de 2007
EL COMEDOR DE LA "CASA ALQUICIRA"
El comedor es, quizá, el lugar más importante de la Casa Alquicira. Aquí suceden algunas de las escenas clave de la película.
Y el reparto, por supuesto, no estaba solo. Estas escenas tan intimistas estuvieron acompañadas, en realidad, por el "caos" inherente a todo rodaje.
Aunque Gustavo Moheno, al fondo, tiene cara de miedo, siempre ha clamado que ésta es una de sus fotos favoritas del rodaje. ¿Será por las preciosas expresiones de Danny y Martha?
Las actrices antes de una toma. A saber por qué Valeria Ciangherotti le estaba haciendo caras a Mario P. Székely, co-guionista y autor de esta foto.
¡Qué aplicada! Martha estudiando el guión. Mafer Malo, al fondo, escudriña al fotógrafo.
A veces, entre toma y toma, las chicas se iban a un rincón a contarse historias de terror para entrar en ambiente.
Campo: Valeria Ciangherotti y Martha Higareda en una escena del filme.
Contracampo: Magali Boysselle y Elizabeth Valdez, en la misma escena.
Danny Perea momentos antes de una de las escenas más importantes de Josefina.
martes, 28 de agosto de 2007
EL ENCANTO DEL MIEDO...
Si un género periodístico se presta para la sátira es, precisamente, el de la reseña fílmica. Y bueno, nunca desde Libby Gelman-Waxner, en la mundialmente famosa revista Premiere, o Hespergencia P. de Pento, en la mexicanísima Cine Premiere, había surgido una voz más irónica para tan loable oficio que la de Eva Olivar, una verdadera cerebrito de la colonia Clavería que, con su punzante y desternillante estilo, le regala hoy a este blog una muy particular “disertación” sobre el clásico de Carlos Enrique Taboada “Hasta el viento tiene miedo”… Señores editores de diarios y revistas: échenle un ojo a este joven e “impoluto” talento nacional…
EL ENCANTO DEL MIEDO
Por Eva Olivar
¿Qué por qué nos fascina ver “pelis” de terror?
Bueno, no sólo por los abrazos gratis del o la susodicho (a) que traes en la mira, sino porque el terror bien elaborado -y digo bien elaborado, porque el mal hecho causa hilaridad ya que los monstruos usan más silicón que una porno-star, y como sucede con la porno-star te das cuenta que todo es falso (siento haberles revelado esta dolorosa verdad a los pubertos en edad de florecimiento que me estén leyendo)- siempre es un reflejo de nuestra dolorosa y aterrorizante realidad (y claro, en el terror bien elaborado los fantasmas no son creados con un sistema de espejitos; sí, como los que usan para recibir al Papa, sólo que éstos están teledirigidos a una lente que refracta la luz para hacer del haz luminoso un fantasma, y por si no lo saben así es como se formó el mito de que el Papa-móvil estaba encantado).
Pero no estamos aquí para hablar de los artilugios desesperados de los “efectistas especiales”, aunque no sé por qué sospecho que así no se les llama a los de esa profesión; pero me gusta este renombramiento, les da “caché”; sólo imagínate en una plática con tus amigas:
-“Amiga” 1: ¡Pero qué gusto! ¡Ya no haremos la rifa! ¡Tienes novio, chulis!!! (sip, esta otra palabreja me la fusilé con descaro del personaje de Kitty, pues me encanta que su lacónica silabes pueda transmitir tan certeramente el veneno ofidio).
-“Amiga” 2: Dinos, ¿a qué se dedica?
-Tú: Es efectista especial en “Hasta el viento tiene miedo”.
-“Amiga” 1: ¡Wooow! (Sr. Director, siento informarle que hay otra profesión, aparte de la suya, que causa admiración extrema y emoción onanística entre las jovencitas).
-“Amiga” 2: ¡Óoorale!
-Tú: Sí, siempre me tiene con la carne de gallina, ¡y no precisamente por miedo… chulis! (dígase la primera parte del enunciado con lujuria, y el “chulis” pronúnciese en reiterativo encajoso).
Bueno, ya les di otra vocación para ser en la vida, si es que todavía no saben. Y para los que sí saben y andan tan clavados como una servidora en las “movies”, ahora hablemos del cine bien elaborado, ese que deja buen sabor de boca tras una historia hábilmente contada. Y dado que el diálogo anterior me trajo la reminiscencia dialogática de la versión del 68 de “Hasta el vientito”, pues no se diga más y entremos en materia:
¡¡¡¡¡¡Claudiaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!
¡¡¡¡¡Hamtarroooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!!!! (perdón, chiste local).
Ahora sí, cual debe:
¡¡¡Claudiaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!
Y ya que sus suculentas mentecillas de cerebros carnosos y tierna médula ósea han rememorado el grito apabullante de Andrea (me disculpo por el spoiler del nombre de la fantasma, ¿aplicará la onda spoiler también para remakes? Dudo cual Descartes, aclaradme), que como buen ente del más allá, regresa para ajustar cuentas al más acá. ¡Qué es fantasma, hombre! No puede faltar a la regla, ¡ni modo que regrese por las tortillas! Mmhhh, aunque hay quien si regresa por el pan de muerto… Mmhhh, interesante; esto nos lleva a pensar que los fantasmas regresan sólo por 3 causas principales:
1. Sed de venganza.
2. Advertir a sus seres queridos sobre algún peligro.
3. Gula.
Bueno, ¡pero ya! Que este no es el caso de Andrea, que le habla a Claudia más que empleado de telemarketing de la división de ventas de tarjetas de crédito. Andrea le habla por otras cosas que no me toca decir aquí (que igual y se las adelanto y no las saben, o se las digo y no se parecen en nada a lo que Taboada quería dar a entender, ¡para eso vean la peli!).
Pero trepándole nuevamente al metrobús del recuerdo, la linda Claudia, acendrada adolescente e impoluta jovencita (y lean bien "impoluta", que luego por estas terminaciones hay malentendidos) yace plácidamente en su lecho cuando el estentóreo grito de Andrea resuena en su cabeza, y ¡paff! la niña despierta agitada después de la pesadilla que en días posteriores será la constante durante su estancia en el colegio… ¡Ta taaaaan!!!
Pero no sólo esta escena asalta nuestras mentes; incluso, seguramente, no es recordada con la misma insistencia que el terrorífico striptease, y lo de terrorífico lo digo por el susto que les pega la fantasma voyeur (¡para que vean la mala vena que pueden tener estos entes y Taboada lo sabía!), porque… ¿Ya se habían emocionado? ¡Pues tómenla! ¡Ahí les va la muerta!
Otra de las cosas que recuerdo son aquellos besos de majujeo respetable con movimiento de cabecita ladeada y todo; sí, mis apreciables lectores, como lo han leído; no era el burdo lengüetazo y ya, era tomar a la fémina en cuestión con estilo, que se viera que -cual frase de novelucha de amor- “estaban rendidos de amor uno por el otro”. ¡Ooots! ¡No cualquier cosa, eehh!
Y no pues, para no desavenir al más puro estilo de mozuela en desgracia (y créanme, este es el caso) tenía que haber una directora desalmada. ¡Claro! Alguien tiene que hacerles la vida de cuadritos y ser tan mala, cual Mefistófeles sobretrabajado, sin derecho a seguro médico y sin comer, sino ¡qué chiste! ¡Cómo entrelaza uno la historia! Porque así Claudia se hiciera pis en su cama de pánico, ¿a poco creen que tan fácil iban a atenderla con dulzura? ¡Pues no! ¡Que ya había dicho que es un internado con directora nazi! ¡Y regímenes espartanos! ¡Que son los sesentas y no de en balde surgió tanto hippiteca rebelde!
Pero bueno, estas gráciles doncellas, estaban encerradas en el mencionado lugar, así que no se enteraron de la quema de brassieres, ni de la píldora anticonceptiva; si acaso sabrían del milagro mexicano, y eso porque fue en la década de los 50’s y porque las señoritas en cuestión no sufrían carencias económicas, pero de lo demás naaa, no sabían nada. Incluso, probablemente, habrán pasado su infancia sin conocer la magia de las convulsiones epilépticas causadas por calcomanías rasca-huele o de las 3D; por ello en su adolescencia no conocían ningún estupefaciente a pesar de ser los sesentas, que nadie se los indujo desde pequeñas, ¡por algo la generación del rasca-huele fue la del LSD!
Es por ello que en la película, sí creemos que Andrea es real (y no una visión venida de un coctél de anfetas, chochos y barbitúricos) efectivamente es un espíritu voyeurista, abre-cerraduras y paracaidista (por si no se han percatado, vive en la Torre de a grapa), que harta de habitar en semejante pulguero, y atraída por el aroma a hormona de tanta escuincla, se fue a dar el rol por el colegio (¿acaso alguien podría culparla?).
Salvo por el pequeño detalle de que ya felpó, y obviamente le hacen el feo, pues, ¿quién quiere tratar con la muerta?, ya que eso de tener un cuerpo ectoplásmico no es onda. El problema es que en vida la tal Andrea era harto sociable, y esas cosas no se quitan. Ya saben, está como perro con maña, y por eso duro y dale a hacer infomerciales en los sueños de Claudia.
¿Qué ganitas de darse a conocer?, pensarán ustedes. Imagínense si los vendedores pudieran usar el Sistema Ectoplásmico de Enjaretamiento Vía Sueño (SEEVS). Un día, gracias al SEEVS, nos descubriríamos despertando con una inenarrable necesidad de ir a comprar una faja para embarazada, un disfraz de arlequín o un huevo de avestruz. No, ¡por favor!
Pero bueno, independientemente de las mañas que emplea Andrea para metérsele a Claudia cual novio ganoso, el punto es que esta película es una joya, e indudablemente entra en el rango del cine bien elaborado que mencionaba al principio (sí, porque aunque no lo parezca, esta sarta de verborrea barata alguna vez tuvo un comienzo, aunque lo hayan olvidado).
Por lo que reiterado lo anterior: me despido.
¡Si tienen lavadora, ahí lavemos!
¡Adieu!
EL ENCANTO DEL MIEDO
Por Eva Olivar
¿Qué por qué nos fascina ver “pelis” de terror?
Bueno, no sólo por los abrazos gratis del o la susodicho (a) que traes en la mira, sino porque el terror bien elaborado -y digo bien elaborado, porque el mal hecho causa hilaridad ya que los monstruos usan más silicón que una porno-star, y como sucede con la porno-star te das cuenta que todo es falso (siento haberles revelado esta dolorosa verdad a los pubertos en edad de florecimiento que me estén leyendo)- siempre es un reflejo de nuestra dolorosa y aterrorizante realidad (y claro, en el terror bien elaborado los fantasmas no son creados con un sistema de espejitos; sí, como los que usan para recibir al Papa, sólo que éstos están teledirigidos a una lente que refracta la luz para hacer del haz luminoso un fantasma, y por si no lo saben así es como se formó el mito de que el Papa-móvil estaba encantado).
Pero no estamos aquí para hablar de los artilugios desesperados de los “efectistas especiales”, aunque no sé por qué sospecho que así no se les llama a los de esa profesión; pero me gusta este renombramiento, les da “caché”; sólo imagínate en una plática con tus amigas:
-“Amiga” 1: ¡Pero qué gusto! ¡Ya no haremos la rifa! ¡Tienes novio, chulis!!! (sip, esta otra palabreja me la fusilé con descaro del personaje de Kitty, pues me encanta que su lacónica silabes pueda transmitir tan certeramente el veneno ofidio).
-“Amiga” 2: Dinos, ¿a qué se dedica?
-Tú: Es efectista especial en “Hasta el viento tiene miedo”.
-“Amiga” 1: ¡Wooow! (Sr. Director, siento informarle que hay otra profesión, aparte de la suya, que causa admiración extrema y emoción onanística entre las jovencitas).
-“Amiga” 2: ¡Óoorale!
-Tú: Sí, siempre me tiene con la carne de gallina, ¡y no precisamente por miedo… chulis! (dígase la primera parte del enunciado con lujuria, y el “chulis” pronúnciese en reiterativo encajoso).
Bueno, ya les di otra vocación para ser en la vida, si es que todavía no saben. Y para los que sí saben y andan tan clavados como una servidora en las “movies”, ahora hablemos del cine bien elaborado, ese que deja buen sabor de boca tras una historia hábilmente contada. Y dado que el diálogo anterior me trajo la reminiscencia dialogática de la versión del 68 de “Hasta el vientito”, pues no se diga más y entremos en materia:
¡¡¡¡¡¡Claudiaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!
¡¡¡¡¡Hamtarroooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!!!! (perdón, chiste local).
Ahora sí, cual debe:
¡¡¡Claudiaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!
Y ya que sus suculentas mentecillas de cerebros carnosos y tierna médula ósea han rememorado el grito apabullante de Andrea (me disculpo por el spoiler del nombre de la fantasma, ¿aplicará la onda spoiler también para remakes? Dudo cual Descartes, aclaradme), que como buen ente del más allá, regresa para ajustar cuentas al más acá. ¡Qué es fantasma, hombre! No puede faltar a la regla, ¡ni modo que regrese por las tortillas! Mmhhh, aunque hay quien si regresa por el pan de muerto… Mmhhh, interesante; esto nos lleva a pensar que los fantasmas regresan sólo por 3 causas principales:
1. Sed de venganza.
2. Advertir a sus seres queridos sobre algún peligro.
3. Gula.
Bueno, ¡pero ya! Que este no es el caso de Andrea, que le habla a Claudia más que empleado de telemarketing de la división de ventas de tarjetas de crédito. Andrea le habla por otras cosas que no me toca decir aquí (que igual y se las adelanto y no las saben, o se las digo y no se parecen en nada a lo que Taboada quería dar a entender, ¡para eso vean la peli!).
Pero trepándole nuevamente al metrobús del recuerdo, la linda Claudia, acendrada adolescente e impoluta jovencita (y lean bien "impoluta", que luego por estas terminaciones hay malentendidos) yace plácidamente en su lecho cuando el estentóreo grito de Andrea resuena en su cabeza, y ¡paff! la niña despierta agitada después de la pesadilla que en días posteriores será la constante durante su estancia en el colegio… ¡Ta taaaaan!!!
Pero no sólo esta escena asalta nuestras mentes; incluso, seguramente, no es recordada con la misma insistencia que el terrorífico striptease, y lo de terrorífico lo digo por el susto que les pega la fantasma voyeur (¡para que vean la mala vena que pueden tener estos entes y Taboada lo sabía!), porque… ¿Ya se habían emocionado? ¡Pues tómenla! ¡Ahí les va la muerta!
Otra de las cosas que recuerdo son aquellos besos de majujeo respetable con movimiento de cabecita ladeada y todo; sí, mis apreciables lectores, como lo han leído; no era el burdo lengüetazo y ya, era tomar a la fémina en cuestión con estilo, que se viera que -cual frase de novelucha de amor- “estaban rendidos de amor uno por el otro”. ¡Ooots! ¡No cualquier cosa, eehh!
Y no pues, para no desavenir al más puro estilo de mozuela en desgracia (y créanme, este es el caso) tenía que haber una directora desalmada. ¡Claro! Alguien tiene que hacerles la vida de cuadritos y ser tan mala, cual Mefistófeles sobretrabajado, sin derecho a seguro médico y sin comer, sino ¡qué chiste! ¡Cómo entrelaza uno la historia! Porque así Claudia se hiciera pis en su cama de pánico, ¿a poco creen que tan fácil iban a atenderla con dulzura? ¡Pues no! ¡Que ya había dicho que es un internado con directora nazi! ¡Y regímenes espartanos! ¡Que son los sesentas y no de en balde surgió tanto hippiteca rebelde!
Pero bueno, estas gráciles doncellas, estaban encerradas en el mencionado lugar, así que no se enteraron de la quema de brassieres, ni de la píldora anticonceptiva; si acaso sabrían del milagro mexicano, y eso porque fue en la década de los 50’s y porque las señoritas en cuestión no sufrían carencias económicas, pero de lo demás naaa, no sabían nada. Incluso, probablemente, habrán pasado su infancia sin conocer la magia de las convulsiones epilépticas causadas por calcomanías rasca-huele o de las 3D; por ello en su adolescencia no conocían ningún estupefaciente a pesar de ser los sesentas, que nadie se los indujo desde pequeñas, ¡por algo la generación del rasca-huele fue la del LSD!
Es por ello que en la película, sí creemos que Andrea es real (y no una visión venida de un coctél de anfetas, chochos y barbitúricos) efectivamente es un espíritu voyeurista, abre-cerraduras y paracaidista (por si no se han percatado, vive en la Torre de a grapa), que harta de habitar en semejante pulguero, y atraída por el aroma a hormona de tanta escuincla, se fue a dar el rol por el colegio (¿acaso alguien podría culparla?).
Salvo por el pequeño detalle de que ya felpó, y obviamente le hacen el feo, pues, ¿quién quiere tratar con la muerta?, ya que eso de tener un cuerpo ectoplásmico no es onda. El problema es que en vida la tal Andrea era harto sociable, y esas cosas no se quitan. Ya saben, está como perro con maña, y por eso duro y dale a hacer infomerciales en los sueños de Claudia.
¿Qué ganitas de darse a conocer?, pensarán ustedes. Imagínense si los vendedores pudieran usar el Sistema Ectoplásmico de Enjaretamiento Vía Sueño (SEEVS). Un día, gracias al SEEVS, nos descubriríamos despertando con una inenarrable necesidad de ir a comprar una faja para embarazada, un disfraz de arlequín o un huevo de avestruz. No, ¡por favor!
Pero bueno, independientemente de las mañas que emplea Andrea para metérsele a Claudia cual novio ganoso, el punto es que esta película es una joya, e indudablemente entra en el rango del cine bien elaborado que mencionaba al principio (sí, porque aunque no lo parezca, esta sarta de verborrea barata alguna vez tuvo un comienzo, aunque lo hayan olvidado).
Por lo que reiterado lo anterior: me despido.
¡Si tienen lavadora, ahí lavemos!
¡Adieu!
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Carlos Enrique Taboada,
Trivia
lunes, 27 de agosto de 2007
VERÓNICA LANGER ES... BERNARDA ALQUICIRA
Aunque originaria de Argentina, Verónica Langer es, a estas alturas, más mexicana que el mole. Dueña de una intensa y larga carrera que ha abarcado teatro, cine y televisión, Verónica estuvo a punto de trabajar alguna vez con el mismísimo Carlos Enrique Taboada. Y aunque aquel “coqueteo” nunca se concretó, el destino quiso que la actriz terminara reencarnando a uno de los personajes más icónicos de este extraordinario guionista y director en la nueva versión de Hasta el viento tiene miedo. Estamos hablando, por supuesto, de Bernarda, la antagonista de Claudia y jefa suprema de la Casa Alquicira; rol que en la versión original recayó en la también argentina Marga López.
Ganadora del Ariel a la mejor actriz de cuadro por su papel como la mamá de Miroslava, en la película de 1993 del mismo nombre, a Verónica la recordamos por películas tan destacadas como Novia que te vea, La orilla de la tierra, Todo el poder, Y tu mamá también, El crimen del padre Amaro, y por supuesto, la famosa telenovela Mirada de Mujer. Recientemente participó en Niñas mal y El Búfalo de la Noche; y bueno, después de Hasta el viento tiene miedo, se prepara a estrenar a principios del próximo año la comedia El viaje de la Nonna, de Sebastián Silva.
Queda con ustedes la primerísima actriz Verónica Langer…
¿Qué puedes contarnos de tu personaje?
Bernarda Alquicira es una profesional preparada y brillante que -en teoría, al menos- quiere ayudar a sus pacientes a salir adelante. Sin embargo, comete una serie de errores, en los cuales ella misma queda atrapada y que la obligan a mentir. Esta mentira es la que descompone todo. Una institución fundada en la mentira lleva en sí misma su condena. Bernarda quiere subsanar estos errores con un falso autoritarismo que, a la vez, la va aislando cada vez más. Sus carencias afectivas la llevan a cometer, incluso, actos imperdonables.
¿Hubo alguna escena en particular que te hizo aceptar la película o que consideraste un reto?
Me gustaron las escenas en las que Bernarda ejerce sus dotes de terapeuta; ahí es un tanto diabólica, pero a la vez convincente y segura, parece dueña de sí misma y de la situación. También me encantó hacer las escenas de terror. Lo más difícil es a veces lo más atractivo, así que no las separaría necesariamente. Fue endiabladamente difícil hacer la secuencia final en la que se desatan todos los problemas que tienen Lucía y Bernarda. Fue difícil porque la hicimos en la madrugada, con un frío de los mil demonios y en muy poco tiempo. Y bueno, claro, la escena en sí era difícil. Pero hubo también una gran intensidad emotiva y eso se agradece. Escenas de fantasmas, puertas que se abren y se cierran, viento y lluvia son también difíciles, ¡pero inusuales en nuestro cine y muy emocionantes!
¿Crees que la película va más allá de ser una simple historia de miedo?
Creo que Hasta el viento tiene miedo aborda una amplia gama de temas. Entre otros, la soledad. Y el terror como reflejo de la propia locura. Bernarda se sabe sola irremediablemente. Ha perdido a sus afectos, pero no es capaz de construir otros. Esta incapacidad de amar es lo que la lleva a la locura. Aquí también se juega con la ambigüedad. ¿Dónde empieza la locura? ¿Dónde termina lo sobrenatural? O viceversa.
¿Cómo fue tu relación con el resto del reparto y el director?
¿Mis compañeras? Maravillosas todas y cada una de ellas. No hay nada mejor en la vida que conversar acerca de la actuación, el cine y la vida con un grupo de compañeras en la madrugada y darte cuenta que, finalmente, nuestra fantástica profesión nos unifica más allá de las barreras generacionales y las vueltas de la vida. Se hacen unas relaciones perdurables y profundas en un camper en plena madrugada. Las quiero. Creo que todas pusimos el corazón en la película. Eso por un lado, porque en el aspecto laboral también me encontré con actrices comprometidas que construyeron sus personajes con pasión y verdad… En cuanto a Gustavo, es un gran director, y ¡muy joven! Sabía lo que quería y en cada minuto del rodaje luchó por hacer su película, por construir el universo que había soñado. Y eso me parece que habla de su inteligencia y de su valentía. También sabe acercarse a las actrices con respeto y generosidad. Es un hombre muy sensible. Yo fui a hacer el casting sin tener idea de la película, sin conocer a Gustavo. Jamás pensé que me fuera a quedar. Cuando me avisaron que me había escogido, di un salto. Todo un reto. Gracias, Gustavo.
¿Ya viste la versión original? ¿Qué opinas de ésta?
Sí, ya la vi y lo que podría decir es que el público va a encontrar otra película en la nuestra. Es muy diferente. Podría decir que esta versión está inspirada en la anterior, pero nada más. Creo que los personajes y las situaciones profundizan en cosas que la otra sólo insinuaba. No es ni mejor, ni peor, sólo diferente. Hay que ver esta nueva versión porque no cualquiera hace una película de terror en este país... ¡donde sólo las águilas se atreven!
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