Verónica Falcón nació en la Ciudad de México el 8 de Agosto de 1966. Estudió con directores de gran prestigio como Larissa Eyromina, del Teatro de Arte de Moscú; John Peck, del American Academy of Dramatic Art; Don Richardson, director ganador de los premios Emmy y Peabody; así como con el muy reconocido director teatral norteamericano Gene Frankel. Verónica ostenta también la carrera de coreógrafa: estudió un curso de postgrado en coreografía en el prestigiado Laban Centre for Movement and Dance, en Londres.
Como actriz ha trabajado en cine, teatro y televisión. Intervino en El callejón de los milagros, de Jorge Fons, y ha participado en varios cortometrajes. Como coreógrafa ha colaborado para la Compañía Nacional de Ópera de México, en Bellas Artes, bajo la dirección de Benjamín Cann y de Hernán del Riego, en las puestas Wozzeck y La Italiana en Alger, respectivamente.
En la televisión mexicana, Verónica es conocida por su capacidad de coreógrafa, pues durante mas de una década ha colaborado en importantes producciones de programas musicales, especiales y telenovelas. Su más reciente participación como actriz fue en las miniseries 13 Miedos y El Pantera.
En Hasta el viento tiene miedo, la versátil y camaleónica Verónica Falcón interpreta a Victoria, la enigmática enfermera de la Casa Alquicira y de quien nos cuenta más en la siguiente entrevista:
Háblanos de tu personaje…
Victoria es una mujer extraordinariamente sola y está totalmente entregada a su trabajo como enfermera de la Casa Alquicira, pues es todo lo que tiene; es leal, es perfeccionista, no le interesa ni el amor, ni el sexo. En esta vida tan estricta, tan rutinaria, tan precisa, ella se siente segura, en control, protegida. No está cómoda con su cuerpo. Su misma asexualidad y temor a sentir no le permiten manejar su cuerpo de una manera enteramente normal o relajada. Es un testigo silente, una observadora. La Casa Alquicira es el único hogar que tiene.
¿De qué trata para ti “Hasta el viento tiene miedo”?
Más allá de la trama sobrenatural, la película trata para mi de la soledad. Porque en este grupo de mujeres tan absolutamente diferentes, todas están solas, todas necesitan de la clínica y de las demás. Es interesante ver cómo cada una enfrenta o no esta soledad, esta enorme necesidad de pertenecer. Y cómo crean una “familia” disfuncional, pero finalmente una familia.
¿Qué puedes contarnos de tu experiencia de trabajo con tus compañeras actrices?
Fue una experiencia muy enriquecedora, no sólo por trabajar con actrices profesionales y talentosas, sino por las mujeres atrás de cada una de las actrices. Todas interesantes, todas divertidas, todas generosas. Fue un placer; pocas veces en un ensamble de puras actrices se da esta química.
¿Cómo te sentiste en el set?
Muy bien porque Gustavo Moheno es un director absolutamente apasionado. Aún con la presión de ser una ópera prima y de la realización de la misma en las condiciones de tiempos, presupuesto, etcétera, jamás se detuvo pasara lo que pasara; tomó cada problema, cada instante, cada contratiempo y terminó su película con todo y contra lo que viniera. En todo el rodaje jamás perdió el foco, no dejó de rodar, no paro contra nada y pagó el precio de su entrega. Eso a mi me pareció admirable y me inspiró. Siempre me hizo sentir contenida como actriz, escuchada, respetada. Siempre con una sonrisa, con un espacio para las preguntas, para las propuestas. Gustavo me otorgó un espacio seguro para realizar mi propuesta de personaje, me permitió, me estimuló a llevar a mi personaje a donde creí que tenía que ir, por arriesgado que fuera. Riesgo que lo tomó conmigo y me acompañó. Fue un placer trabajar con Gustavo y lo volvería a repetir sin dudarlo un segundo.
¿Viste la película original? ¿Qué puedes decir que encontraremos en esta nueva versión?
Es otra visión, 40 años después, con problemáticas actuales, de mujeres y jóvenes actuales. Es una película donde hay mucho más de lo que aparentemente creemos ver. El terror, aquí, toma muchas formas.
Breve biografía de Victoria Salazar
Por Verónica Falcón
A los tres años y medio de edad Victoria fue rescatada de su madre y su padrastro por el departamento de servicios sociales del Ministerio Público. Esto fue gracias a la notificación de la jefa de enfermeras de la clínica 11 del Seguro Social, quien después de dar de alta a la niña por quinta vez, dio aviso a las autoridades.
La madre de Victoria perdió la patria potestad de la niña y aliviada de que alguien le quitara la responsabilidad de encima, jamás la volvió a buscar. La niña terminó en una casa hogar de las Carmelitas Descalzas, en Coyoacán, y fue entonces que comenzó a vivir.
A los seis años, la niña por fin se atrevió a hablar. Hasta entonces, las monjas la habían creído sordomuda. Victoria creció siendo una niña introvertida y sumamente tímida; sin embargo, su gran inteligencia e inquebrantable fuerza de voluntad siempre fueron evidentes. Trabajaba incansablemente para ser la mejor alumna del orfanato: era absolutamente perfeccionista y precisa en todo lo que hacía. A veces, incluso, parecía un poco como si no existiese. Poco a poco, en la niña se fueron manifestando diversas fobias y obsesiones; su único apoyo para controlarlas era el de la hermana María, la enfermera del convento, quien se apiadaba de la solitaria niña.
Victoria sonreía poco, nunca reía y jamás hizo amigas de su edad. La única amistad que formó durante todos sus años en el convento fue precisamente con la hermana María, quien estaba encargada de la enfermería. Sus fobias y problemas de salud la llevaban constantemente con la enfermera, quien poco a poco supo cómo penetrar la coraza de la niña formando con ella una especie de amistad.
La madre superiora también sentía un afecto especial por la niña y llegado el tiempo fue ella precisamente quien la apoyó para conseguir una beca en la Escuela Nacional de Enfermería. La niña, quien ahora ya era una adolescente, siempre quiso ser enfermera, como la hermana María. Su gran ambición era graduarse y regresar al convento a asistirla. No conocía otro hogar y no quería conocerlo. Para Victoria su vida comenzaba y terminaba en el convento.
Victoria jamás se enamoró, era básicamente asexual; no tenía interés alguno en el sexo o en cualquier relación interpersonal a excepción de su amistad con la hermana María y su admiración por la madre superiora. Le incomodaba sobremanera cualquier tipo de contacto físico.
El único placer sensorial que tenía era el baño, pues era obsesivamente limpia. Si podía, se llegaba a bañar hasta tres veces por día. Como una de sus mayores fobias tenía que ver con el pelo, se rasuraba todo el vello de su cuerpo, a excepción de la cabeza. De hecho, su único artificio era la decoloración de sus cejas, las cuales no se animaba a rasurar pese a que tampoco las quería ver. Jamás usaba maquillaje o perfume y sólo vestía su desgastado uniforme día tras día.
Victoria era de una inexpresividad y falta de emotividad absolutas, pero podía deshacerse en llanto o inmovilizarse por minutos si encontraba un solo pelo en la pared del baño. Le costaba trabajo moverse como las demás personas, era un poco torpe y descoordinada con su cuerpo ya que hasta antes del convento llegó a pasar hasta doce horas amarrada en su cuna mientras su madre y su padrastro salían.
Victoria logró su ambición, se graduó con honores de la Escuela Nacional de Enfermería y regresó tal y como lo había planeado al convento. Cinco años después, la hermana María murió y Victoria se volvió a sumir en un impenetrable silencio por casi tres años.
La alumnas la llamaban “la muda loca”. Victoria pasaba sus días en la enfermería y sus madrugadas en los viveros donde corría obsesivamente, primero para tratar de controlar su movimiento, pues su falta de coordinación era un constante recordatorio de su vida anterior al convento, y después porque sentía una especie de placer al hacerlo.
Eventualmente, el convento fue cerrado y las monjas enviadas a diferentes lugares. Una vez más, gracias a la madre superiora, Victoria encontró una nueva vida: la monja le consiguió hogar y trabajo con un astrólogo que vivía solo en una casona del campo. Victoria cuidó por años al anciano con su dedicación acostumbrada y aunque al principio la enfermera se resistió al cambio, poco a poco encontró un silencioso y nuevo hogar.
Al morir, el anciano donó su mansión a una clínica para adolescentes perturbadas dirigida por la psiquiatra Bernarda Alquicira, hija de un viejo amigo. La única condición que el anciano impuso para la donación fue que emplearan a Victoria y le dieran techo y alimento.
Victoria, agradecida con el anciano, trabajó aún con más dedicación para su nueva jefa. Al principio se sentía incómoda e intimidada por la especialista, pero poco a poco se acostumbró a ella y comenzó a admirarla. Al pasar el tiempo, Victoria encontró en la clínica lo más parecido a una familia. Adela, la cocinera que trajo Bernarda, y su parienta, Sara, se convirtieron un poco en la “familia” de Victoria; con ellas se sentía segura y en paz. A Sara, la muda, Victoria le tenía un especial afecto pues se identificaba con su silencio.
Victoria siguió siendo casi monástica en sus costumbres y espartana en sus hábitos: era parca en todo. Parca con sus palabras, con sus afectos, con su arreglo, con sus posesiones, con su alimentación. No entendía ni el lujo, ni las risas, ni el exceso, ni las lágrimas. Para ella, las pacientes de la doctora eran seres incomprensibles: niñas ricas mimadas y autodestructivas. Sin embargo, muy en el fondo, sentía una gran empatía por la soledad de cada una de ellas. Las internas respetaban a Victoria por instinto, por temor. No sabían cómo leerla. Su perfección y obsesiva dedicación las atemorizaban. Se mantenían a distancia pues no sabían qué esperar de ella.
Más tarde, cuando Victoria conoció a la doctora Lucía Franyutti, quien se convertiría en el brazo derecho de Bernarda, sintió una abierta admiración por ella y ésta gravitaba inconscientemente hacia la ginecóloga y experta en nutrición cada que le era posible. Lucía era todo lo que Victoria jamás sería. La doctora Franyutti era como un rayo de optimismo en la Casa Alquicira, querida por las internas y respetada por la jefa, la psiquiatra Bernarda.
Victoria pocas veces sonreía y cuando lo hacía era generalmente gracias a Lucía.
En la Casa Alquicira, Victoria se convirtió en un testigo sabio, leal y silente de los ires y venires del lugar. Una mujer dispuesta a guardar los secretos con su vida, pues si algo se llegara a alterar era su propia vida la que estaría en juego ya que no tenía otro hogar y tampoco deseaba tenerlo. Su lealtad era absoluta. Su hogar, su trabajo y su mundo eran la misma cosa y por tanto inalterables.
A lo largo de lo años, Victoria ha guardado silencio. Victoria ha visto, ha sabido, se ha enterado. Victoria ha condonado lo que sea para no alterar el estatus quo o su forma de vida.
En el mundo de Victoria, tan vacío, tan lleno de soledad, sólo los gritos de las pacientes hacen ruido... pero ella seguirá en silencio el tiempo que sea necesario...
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4 comentarios:
Ah! interesante tema el de la soledad y los silencios, ambos por lo regular, compañeros. Dupla capaz de sublimarnos a dioses o rebajarnos a mounstros, puesto que nada cimbra más al alma, que la sabiduría venida de la soledad o la maldad urdida en sus silencios.
Y con respecto al comentario de ayer, demasiado honor, me conceden tus palabras, mi estimado Wind Master, por lo que te pido me permitas decirte un secreto: Ne pas c'est le Soleil qui doit admirer aux petits rayons de lumière, ce sont les rafales insignifiantes de lumière, celles qui sont surprises par son éclat éternel (No es el Sol quien debe admirar a los pequeños rayos de luz, son las nimias ráfagas de luz, las que están maravilladas con su sempiterno fulgor).
Un abrazo y mi admiración a quienes hacen posible este proyecto!!
Au revoir!!
Soledad! Éste es el quid de la película! Hasta hoy lo entiendo, bueno, más vale tarde que nunca, dicen por ahí... Esa soledad que los es todo, cuando no se tiene nada. Qué fabulosa entrada, qué impresionante transformación de Verónica Falcón, qué bien que están las fotos de ella antes de su caracterización. Confieso, mi querido Wind Master, que me tienes atrapada. No he sido seguidora del cine mexicano, y gracias a este blog, se ha despertado mi curiosidad en lo que se está haciendo hoy en día. Gracias y un bonito día
Colmillito: Definitivamente eres un gran rayo de luz y me seguirá maravillando tu sempiterno fulgor. Aquí seguimos esperando aquella disertación que te pedimos; no te olvides que bien sabemos que tienes muchos fans. Y yo soy, definitivamente, uno de ellos. La admiración es mutua. Au revoir!
Paduchina: Verónica Falcón es verdaderamente camaleónica. Y bueno, es un orgullo que te llame tanto el blog y que te hayamos despertado mayor curiosidad por el "cinema mexican curious". Ja, ja, ja... Un abrazo fuerte, como todos los días.
soy un gran fan tuyo.muero de ver la peli por fin!!!nada mas las fotos ......que personaje...viva la falcon!!!
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