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Por Danny Perea
En la biografía del personaje resalté con marcador todas las cosas que me parecían claves; es decir, que Josefina tenía que reflejar constantemente. Una de las cosas que más me preocupaba era el lenguaje corporal que iba a manejar. Me obsesioné durante mucho tiempo con la manera en la que quería que Josefina hablara; estaba convencida de que alguien así no podía hablar de manera “normal” o fluida. Tenía que reflejar un pánico constante al emitir cualquier movimiento, al emitir cualquier palabra; después de todo, Josefina cree que todo cuanto toca lo destruye.
También pensé que sería nefasto convertirla en una clásica tartamuda: “yo yo yo, que que que quiero, un un un…” Tenía mucho miedo de caer en un cliché gigantesco, pero también sabía que resultaría poco creíble si la hacía hablar de manera normal. Tuve que decidir entre la posibilidad de arriesgarme o no hacerlo… Decidí arriesgarme.
Llegó un momento en que sabía que ya no podía seguir intelectualizando al personaje pues esto sólo terminaría por ir en contra mía. Me dije entonces: “ya tienes algunos elementos, ve por tu cámara de video, conviértete en Josefina y grábalo en este instante, después lo ves y empiezas a destrozarte, pero por lo menos ya caminaste un paso más”.
Me senté, acomodé la cámara, puse el guión delante de mí y para convertirme en Josefina hice algo que me ha ayudado en todas mis demás actuaciones. Ese algo tiene su base en un juego que hacía conmigo misma cuando tenía como ocho o nueve años. En ese “juego” solía mirar a un punto fijo hasta que se me nublara la vista, repitiéndome: "tú eres Daniela, no eres nadie más… Eres Daniela, naciste el 1 de abril, tienes el pelo negro, la voz ronca, tú no eres ni tu papá, ni tu mamá, ni tu hermano… eres Daniela…"
Sé que suena por demás pacheco, pero al hacer esto era como si todo lo que fuera “yo” me golpeara de manera tan clara que, al terminar el juego, cuando mi vista ya no estaba nublada, era como si caminara mucho más cerca de mi identidad, algo así como sentirme mucho más Daniela.
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Aunque sé que lo anterior ameritaría poner de fondo la canción de Los Beatles Lucy in the Sky with Diamonds, eso es exactamente lo que hago al actuar, pero convenciéndome de ser el personaje en cuestión.
Hice lo mismo esa noche en la que me confronté con mi cámara de video; le puse REC y empecé a actuar. Al terminar lo vi y aunque dudé de muchas cosas -pues cuando critico mi trabajo pareciera que me baso en la “duda metódica” de Descartes- no me pareció un desastre tan apocalíptico como había imaginado que sería. De cualquier modo, sabía definitivamente que necesitaba una opinión mucho más objetiva que la mía; necesitaba la opinión de mi director y también necesitaba que me dijera si estas propuestas le funcionaban para su película o si estaba loca y que empezara todo de nuevo.
Afortunadamente, cuando lo volví a ver hablamos acerca de todo lo que había investigado y todo lo que había pensado acerca de Josefina; él aceptó mis propuestas y estaba de acuerdo en lo que había construido acerca del personaje. Me dio una libertad que asumí como confianza, la cual le agradeceré siempre y de manera profunda.
Las últimas semanas antes de filmar fueron un infierno; yo estaba muy angustiada y agotada mentalmente. Finalmente, llegó el momento de filmar la película. Las primeras dos semanas fueron muy difíciles para mí, lloraba durante el viaje de regreso a casa diciéndole a mi mamá (la cual siempre me acompaña en mi trabajo pues la necesito, es mi brazo derecho y mi amuleto) que sentía que lo estaba haciendo muy mal, que no me gustaba. Ella me tranquilizaba tratándome de convencer de lo contrario.
Conforme fueron pasando las semanas, me iba sintiendo más cómoda, pues siempre he creído que un personaje sólo lo puedes ir hormando con el tiempo.
Filmar siempre será más complicado que como lo habías pensado o ensayado; en el caso de Josefina fue algo muy paradójico lo que me pasó pues detrás de cámaras el ambiente era tan lindo con todas las actrices que empezaba a entrar en un estado emocional de levedad y relajación nada conveniente para interpretar a Josefina. Así que una media hora antes me “golpeaba emocionalmente”. Sí, de pronto, en medio de una linda convivencia con Magali, Fuzz, Liz, Martha, Mónica, Verónica Langer, Valeria y la adoradísima Verónica Falcón, decía: “bueno, tengo que ir a madrearme emocionalmente antes de entrar a escena”.
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Y me iba a las mesas del catering para ponerme los audífonos de mi discman para escuchar la música de la película La mirada de Ulises, pues el escuchar este extraordinario soundtrack me ayudaba a contactar con una sensación de devastación y soledad. Era como maquillarme antes de salir a escena, sólo que para mí no había mejor herramienta de trabajo para reflejar la desolación y una tristeza profunda que una buena sesión en contacto con las emociones que requería el personaje.
Recuerdo que cuando lo hacía en las mesas instaladas para el catering me daba pena hacerlo delante de la gente que lo manejaba; siempre creí que se me quedaban viendo con cara de “esta chava, tiene problemas”.
Imagínenme en medio de una mesa enorme, mirando fijo y a un paso de romper en llanto. Ellos no sabían que lo que me repetía en la cabeza constantemente era: "tú eres Josefina, no vales nada, no eres nada, eres sólo una mierda que no tiene razón de existir, eres lastimada porque mereces serlo, eres un asco de ser humano, eres un remedo de ser humano…"
Esta era la misma retahíla que me repetía minutos antes de empezar a filmar acompañada siempre de la música de La mirada de Ulises, minutos antes de que el adoradísimo Edher (asistente de dirección) me dijera: “¡Danny, al set!”. Y si tenía la oportunidad, hasta los últimos segundos antes de estar ya en el set y que Gustavo Moheno gritara “¡Acción!”
“¡Acción!” Ese era el llamado para que Josefina, simplemente, hiciera eclosión en mí…
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