martes, 7 de agosto de 2007

ETERNO RESPLANDOR DE LA ESQUIZOFRÉNICA JOSEFINA


Por Ángel Pulido (co-guionista)

Josefina Peña Labrada, o simplemente Jose, es la más pequeña de cuatro hermanas de una acaudalada familia originaria del estado de Hidalgo. El origen de la fortuna de la familia era una próspera mina de cantera que el padre de Josefina y sus dos medios hermanos heredaron de su abuelo al morir éste.

Con el paso del tiempo, el padre de Josefina, frustrado con la idea de no tener hijos varones para administrar la mina, decidió vender su parte y se mudó junto con su familia a la Ciudad de México, donde estableció un negocio de venta de maquinaria para la construcción.

Cuando Josefina nació, la hermana que le seguía le llevaba 18 años, por lo que Jose nunca tuvo a alguien de su edad con quién jugar. La madre de Jose era una señora ya mayor que no tenía la energía ni la paciencia para criar de nuevo a una bebé, así que dejó todo el cuidado de su hija a la nana. De hecho, durante toda su infancia, Josefina llamó “mamita” a su nana.

El tiempo pasó y, una a una, las hermanas de Jose se fueron casando y saliendo del hogar paterno. Cuando Jose volvía de la escuela se encontraba con nadie para hablar. Así, Josefina pasaba la mayor parte de su tiempo sola en la enorme casona de sus padres. A falta de amigos reales, Josefina comenzó a imaginarse a sus propios amigos desde muy temprana edad. Jose, de hecho, tenía muchos amigos imaginarios con los que jugaba a rescatar princesas de toda clase de peligros.

Cuando la última de sus hermanas se casó, sólo quedaron en casa Josefina, su nana y sus padres. Preocupada por el carácter tímido y retraído de la niña, su madre la inscribió en clases de piano, inglés y natación, pero nada de esto captaba la atención de Jose, quien prefería encerrarse en su habitación y jugar con sus siempre leales amigos imaginarios.


El padre de Josefina era un hombre bonachón que pasaba mucho tiempo en su trabajo o en el club de empresarios y nunca le prestó demasiada atención a su hija menor. En contraste, su madre era una mujer de carácter severo y altivo, muy preocupada por mantener las apariencias de una familia de clase acomodada.

Cuando Josefina entró a la secundaria, se enteró por boca de una de sus compañeras que en realidad ella era hija de su hermana mayor, pero que las habían hecho pasar por hermanas para evitar el escándalo. Al enterarse de esto, Josefina lloró un día completo, aunque nunca le comentó ni una palabra a su madre-abuela.

A partir de ese día, Josefina pareció abstraerse todavía más de la realidad. Pasaba horas enteras en su habitación leyendo novelas sobre princesas y reinos lejanos y conversando con sus amigos inventados.

La madre-abuela de Josefina, ya preocupada por la salud mental de su hija que hablaba con personajes invisibles, decidió llevarla a ver a un psiquiatra con la mayor discreción posible.

Por desgracia, la opinión del psiquiatra distó mucho de ser discreta. Josefina fue diagnosticada con una fase inicial de esquizofrenia, y el doctor recomendó tratar a Jose con una fuerte cantidad de antipsicóticos y antidepresivos. Pero lo peor es que si con esto no desaparecían las visiones de los “amigos” de Jose, no habría más remedio que un tratamiento de choques eléctricos.

La madre-abuela de Jose quedó devastada con la noticia. Para ella, una enfermedad mental era algo vergonzoso que nunca le permitiría a Jose integrarse de forma plena a la sociedad. Así que el camino a seguir era muy claro: Jose seguiría el tratamiento al pie de la letra si con eso había alguna posibilidad de curarla.


Josefina comenzó el tratamiento de drogas controladas que, por desgracia, tenía múltiples efectos secundarios. Pasaba el día entero en un estado parecido al sonambulismo, experimentando periodos de depresión intensa. Su madre-abuela decidió sacar a Jose del colegio hasta que el psiquiatra la diera de alta. Para colmo, la madre verdadera de Jose, -es decir, su hermana- se había casado con un italiano, tenía dos hijos y vivía en Europa, por lo que no tenía ninguna intención de regresar y hacerse cargo de la chica.

Convencida de que había algo malo en su mente y cansada de ver a la gente a su alrededor sintiéndose miserable, Josefina fue a visitar a su doctor y le pidió que hiciera lo que fuera necesario para curarla. El doctor se negó al principio, pero ante la insistencia de Jose, decidió seguir con la terapia de choques eléctricos.

Jose sintió morir las dos veces que la corriente eléctrica cruzó por su cuerpo, pero pensaba que todo el sufrimiento valdría la pena si al final se curaba. Más tarde, los padres-abuelos de Jose la localizaron en la clínica y, conmovidos por su valentía, la abrazaron y le pidieron perdón por haber sido tan egoístas con ella.

Las cosas mejoraron considerablemente en los meses siguientes. Jose no volvió a necesitar la terapia de choques eléctricos nunca más y sólo tomaba un medicamento para evitar posibles depresiones.

Jose se inscribió de nuevo a la escuela, pero al volver se sintió aún más como una completa extraña. Pese a la discreción de su madre-abuela, toda la escuela se había enterado de su problema y sus compañeros la miraban con extrañeza o de plano la evitaban. A pesar de esto, Jose hacía su mejor esfuerzo por ser amigable y quiso comenzar a hacer amigas cuanto antes.

Pero los esfuerzos de Jose eran inútiles. Poco a poco, Jose volvió a refugiarse en su propio mundo. Pasaba horas enteras en la biblioteca leyendo los cuentos de hadas que la hacían sentirse tan feliz, pero si sentía que alguien la observaba pretendía leer revistas de chismes y de modas.


Jose no comentaba nada de esto con sus padres-abuelos, que ahora la interrogaban todos los días cuando llegaba de la escuela. Jose les contaba que tenía muchas amigas; inventaba nombres y llamadas telefónicas que nunca ocurrían.

Una noche, Jose se retiró a su habitación y antes de dormir vio algo que no había visto en mucho tiempo: uno de sus amigos imaginarios de la infancia estaba de pie junto a su ventana, tal y como ella lo recordaba cuando era niña.

Sorprendida, Jose saludó a su amigo y se acercó a platicar con él. El amigo imaginario de Jose le advirtió que si los escuchaban hablar corrían el riesgo de que sus padres llamaran al doctor y entonces los tratamientos volverían. El amigo imaginario propuso que sería mejor si hablaban en el balcón de la ventana, porque era un lugar más silencioso. Jose estuvo de acuerdo y salió con su amigo imaginario al balcón. No obstante, la casa era vieja y la puerta del balcón hizo un rechinido que despertó al padre-abuelo de Jose.

Momentos después, Jose y su amigo invisible ya estaban en el balcón riendo y hablando como en los viejos tiempos. Hablaron de princesas, de príncipes y de la sensación de ser libre como un pájaro. Riendo, Jose se asomó a la orilla del viejo balcón y abrió sus brazos como si fuera un ave. Cuando el padre-abuelo de Josefina entró a la habitación de su hija, se encontró con algo muy distinto: Jose hablaba con alguien que no estaba ahí y parecía tener la intención de arrojarse al vacío.

Alarmado, el padre-abuelo de Jose le gritó que se detuviera, pero ya era demasiado tarde. El viejo balcón de herrería cedió ante el peso de Josefina, quien, gritando aterrada, cayó al jardín con todo y barandal. Por fortuna, unos arbustos mal podados detuvieron su caída y todo el asunto quedó en un tobillo roto y varios moretones en el cuerpo.

Hecha un manojo de nervios, la madre-abuela de Jose fue al día siguiente a hablar con el psiquiatra sobre la recaída de su hija. Tras pensarlo un momento, el doctor afirmó que lo mejor para Josefina sería estar internada en una institución donde se le pudiera atender adecuadamente y vigilar de forma constante. Abriendo un cajón de su escritorio, el hombre sacó unos folletos y se los mostró a la madre-abuela de Jose, afirmándole que ése lugar era de lo mejor y que con toda seguridad ahí podrían ayudarla.


La portada del folleto tenía impresas las palabras: “Casa Alquicira”. Y en ese lugar, Josefina conocería a una extraña y enigmática chica de largo cabello rubio que la marcaría para siempre, física y emocionalmente. ¿Su nombre? Andrea Ferrán.

Pero esa es otra historia...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente descripción del personaje!!

Mis felicitaciones Sr. Pulido. un sobrio escrito, sin duda. Me capturó desde las primeras letras esta pintura literaria acerca de Josefina.

Espléndida su narrativa, no se diga más!!

Saludos.

Anónimo dijo...

¡Qué guapa, Danny Perea! Parece que ha cambiado bastante desde "Temporada de patos". Muy interesante la biografía de su personaje.

Paduchina dijo...

Qué personaje! estoy completamente de acuerdo con colmillo chocolatero, excelente descripción del personaje. Saludos

WIND MASTER dijo...

Colmillito, Ezequiel y Paduchina: Gracias por sus comentarios. Mañana publicaremos una entrevista con esta excelente actriz que es Danny Perea.

Anónimo dijo...

Mil gracias por tus comentarios Colmillito! Por cierto, a Danny le gustó mucho la biografía de su personaje. Ojalá que se haga una precuela!